Tiempo estimado de lectura: 11 minutos
Gilgamesh no siempre fue un hombre sabio, aunque siempre fue un hombre grande. Su grandeza puede verse en los edificios que ordenó construir, auténticas obras maestras. En primer lugar, está la gran muralla de Uruk, el gran baluarte, un auténtico regalo para la vista. Es larga, duradera y con un imponente parapete que ningún gobernante podría replicar.
Al igual que tampoco puede imitarse el almacén sagrado llamado Eanna el “Templo de los Cielos”, encargado también por el gran rey al que estamos empezando a conocer. Subiendo por las escaleras, llegaríamos a la base de la diosa Inanna, la diosa patrona de Uruk, ciudad con numerosos epítetos (Uruk el Redil, Uruk el Refugio). Pero solo desde lo alto de la muralla se puede contemplar el paisaje y hacerse a la idea del verdadero tamaño de Uruk. Esta es la historia de la tablilla I de la serie de Gilgamesh.
Mitos del Rey Gilgamesh
La historia de Gilgamesh
Sus grandes hazañas
En su juventud, Gilgamesh fue un individuo impredecible. No se podía subestimar su fuerza. Sus ejércitos lo seguían a todas partes. Lo apodaron “toro salvaje” por cómo cargaba contra todo. Muchos decían que era como un imponente fuerte que protegía a sus compañeros de batalla, un violento torrente de agua capaz de derribar muros de piedra. Como perfecta combinación de fuerza y poder, descendía del rey Lugalbanda y la diosa Ninsun, de los que se decía que eran dos tercios divinos y un tercio humano.
El joven Gilgamesh cavó pozos, abrió pasos a través de las montañas, cruzó los mismos océanos para encontrarse con el amanecer, restauró muchos edificios dañados por el gran diluvio y devolvió los rituales sagrados para su pueblo. Era sin duda un hombre al que tener en cuenta, y al que no convenía desafiar.
Su cuerpo era enorme, tenía una barba espesa, un largo cabello y un atractivo que ningún mortal podía igualar. Este Gilgamesh caminaba con arrogancia por las calles de su ciudad, como cualquier tirano consciente de serlo. Su ejército estaba a su completa disposición, sin que nadie se atreviera a desafiarlo.
Un rey tirano
Muchos hombres de su ciudad murieron por su tiranía, muchos padres perdieron a sus hijos. Gilgamesh violó a muchas mujeres de Uruk, dejando a muchas madres sin hijas. El pueblo de Uruk cansado de lo que estaba pasando, pidieron ayuda a An (Anu), la principal deidad del panteón sumerio (y también del acadio). Hablaron largo y tendido sobre Gilgamesh, lamentaron cada hijo perdido, cada hija abusada, cada pareja rota, cada viudo, cada derecho aplastado.
Ese no era el rey que necesitaban. Era sabio y fuerte, sin duda, y había hecho cosas espectaculares por la ciudad. Sin embargo, eso no era excusa para la tiranía. Tras oír sus razonables peticiones, el gran An les dijo a sus creaciones que buscaran a Ninhursag y le pidieran que creara otro hombre; uno que fuera igual que Gilgamesh en todos los aspectos, pero que fuera capaz de traer la paz a la esplendorosa ciudad.
La llegada de Enkidu
Los habitantes de Uruk siguieron su consejo e invocaron a Ninhursag. Tras escucharlos, la diosa hizo lo que se le pidió: creó otro hombre de la nada, un proceso que parecía bastante sencillo para ella. Se lavó las manos, cogió algo de arcilla, le dio forma y arrojó el resultado al mundo. Y ciertamente, un hombre apareció y respiró por primera vez. Se trataba de Enkidu.
Enkidu era, a su manera, espectacular. Se parecía mucho al poderoso dios Ninurta. Su enorme cabello era tan largo como el de una mujer, al igual que su barba, y no vestía más que con trozos de telas rotos. Era un hombre salvaje que no pertenecía a ningún pueblo ni a ninguna ciudad, y que había encontrado a su familia entre la fauna local.
Comió hierba junto con las gacelas, bebió agua con ellas y nadó con los peces y otras bestias. Pero no pasó desapercibido por mucho tiempo.
Un cazador y una prostituta
El cazador
Un cazador avistó al extraño divirtiéndose en el campo, lo que por supuesto le asustó. De hecho, cada vez que volvía al campo volvía a ver al hombre salvaje, y su descubrimiento le dejaba inquieto.
Cuando reunió el valor suficiente, el cazador le contó a su padre lo que había visto. Dijo que Enkidu era el hombre más poderoso del lugar, y que tenía la fuerza de un meteoro. Habló largo y tendido sobre lo que el hombre salvaje hacía en el campo y no olvidó mencionar lo mucho que se había asustado al verlo.
Sin embargo, lo que más le frustraba al cazador era lo que Enkidu había hecho con sus trampas. Enkidu rellenaba cada hoyo cavado por el joven cazador, rompía cada trampa y liberaba a cada animal. Una cosa era tener miedo, pero aquello interfería con la comida para poder sobrevivir. El padre del cazador reconoció que la situación era grave, así que aconsejó a su hijo que viajara a Uruk en busca de Gilgamesh.
La ramera Shamhat
Su padre le dijo también que tenía que buscar a la ramera Shamhat y pedirle a la mujer que sedujera a Enkidu, ya que su oficio, era la prostitución. El cazador memorizó todo esto y partió hacia la imponente ciudad. A su llegada, le contó al rey la historia del hombre salvaje que merodeaba por sus campos. Gilgamesh, que era al fin y al cabo un rey dotado de sabiduría, le dio permiso para que se llevara a Shamhat, pues es la persona más indicada para seducir y tranquilizar a Enkidu, la bestia salvaje.
El plan era sencillo. Mientras Enkidu comía y bebía, Shamhat se dejaría ver y se quitaría la ropa, revelando un cuerpo listo para la cópula. Enkidu se acercaría a ella y le haría el amor hasta perder sus instintos, convirtiéndose así en algo más humano, lo que ahuyentaría a los animales con los que pasaba sus días.
El cazador y la ramera partieron de Uruk y se dispusieron a llevar a cabo su plan. Shamhat sabía lo que se hacía. Se desvistió, revelando sus grandes pechos y sus tiernas regiones inferiores. El cazador le recordó que no debía retroceder en ningún momento; tan solo dejar que Enkidu se divirtiera y se volviera loco de placer. Y así hizo.
Enkidu y Shamhat
En cuanto Enkidu vio a Shamhat, desnuda y dispuesta, se aproximó erecto y le hizo el amor durante seis días y siete noches de pasión. Al terminar, Enkidu se puso en pie, debilitado, y todos sus amigos animales se alejaron de él, pues ahora estaban asustados.
Enkidu se vio abandonado, aunque en ese mismo momento le daba igual, pues en su mente solo estaba la idea de penetrar a Shamhat, sin embargo, la bestia ahora era capaz de pensar y razonar. Ya no era un hombre salvaje. Enkidu volvió con Shamhat y descansó su cabeza entre los pies de la ramera, observándola.
Shamhat le preguntó por qué vivía con animales cuando podría estar con ella en Uruk. Habló de hombres elegantes, de festivales con música alegre y jolgoriosa, de mujeres tan sensuales y voluptuosas que incluso los ancianos se ponían cachondos. Pero sobre todo habló de Gilgamesh, el único que podría competir con la fuerza y la agilidad del hombre salvaje; el dios-rey de Uruk a quien Enkidu debería retar.
El sueño de Gilgamesh
Como es natural, Shamhat tenía abundantes alabanzas para su rey. Habló de su ascendencia, de cómo los dioses más poderosos, como An, Enlil y Enki le concedieron su eterna sabiduría, de lo fuerte y resistente que era y de su atractivo sin igual. El rey del que habló Shamhat esperaba la llegada de Enkidu, pues lo había visto en dos sueños muy parecidos. Enkidu escuchó lo que la ramera le contó sobre el sueño perturbado de Gilgamesh.
Al parecer, el gran rey le contó a su madre acerca de estos sueños, la diosa Ninsun. En ellos, algo caía justo ante los ojos del rey; ya fuera una roca, un hacha o una enorme estrella del cielo, donde Gilgamesh no podía levantarla ni moverla. Entonces una multitud se agolpaba en torno a él y al objeto, el rey de Uruk lo alzaba y lo amaba tal como un hombre amaría a una mujer; lo sostenía entre sus brazos y lo veía como algo importante, algo igual a él.
Un futuro prometedor
Ninsun le dijo que ese objeto sería su igual, su más fiel amigo y compañero, y algo aún más importante: su salvador. Alguien que le aconsejaría y acompañaría en sus arduos viajes, arriesgando su vida y dejándose la piel por él. Enkidu escuchó muy atento la historia. Incluso antes de que Shamhat terminara de narrarla, juró acompañarla y cruzar las murallas de Uruk con ella. Prometió desafiar a Gilgamesh.
Y lo que era aún más importante: juró demostrar que era el hombre más fuerte sobre la tierra. Cuando Shamhat terminó su narración, ambos volvieron a hacer el amor y se prepararon para partir. Muy pronto, visitarían al poderoso rey de Shamhat, Gilgamesh.