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Humbaba (Huwawa) es el primer gran destino de los héroes. El rey de Uruk y su hermano salvaje llegaron al Bosque de Cedro, el cual era tan glorioso como habían imaginado. Los enormes árboles se alzaban por encima de todo lo demás, pero aún más impresionante era el hecho de que cubrían la montaña en su totalidad. Una colina repleta con un magnífico árbol que llegaba al lugar en el que se sentaban los mismísimos dioses.
¡Y qué enormes eran las sombras! Tan extensas y abundantes que podrían mantener a un hombre al fresco de la mañana al anochecer. Pero los árboles no fueron lo único que asombró a Gilgamesh y Enkidu. Había un enorme camino que atravesaba el Bosque de Cedro donde nada crecía y en el que todos los árboles estaban en el suelo. Los hermanos se hicieron con rapidez a la idea: esa senda era obra de Humbaba.
Cuando regresaba a casa, la bestia no guardaba ningún respeto por las ramas espinosas de los cedros ni su denso follaje: entraba como si nada, y el rastro que dejaba a su paso estaba ante sus ojos. Gilgamesh y su hermano sabían que la bestia era poderosa, sin contar que Enkidu la había visto varias veces. Pero aquella era la prueba definitiva de que no se enfrentaban a un enemigo fácil. Humbaba sería todo un desafío. No te pierdas este capítulo de la famosa obra literaria, la historia de la tablilla V de la serie de Gilgamesh.
Mitos del Rey Gilgamesh
Una fuerza de la naturaleza
Desenfundaron sus hachas y dagas y siguieron caminando. Al acercarse a la guarida del monstruo, Enkidu sintió que se le congelaban los pies. No era la primera vez que aquello sucedía desde que habían puesto pie en el Bosque de Cedro. Gilgamesh se dio cuenta y, como tantas veces había hecho, reconfortó a su hermano. Le hizo saber a Enkidu que, si bien por separado no eran rivales para Humbaba, juntos podrían derrotar a la bestia sin problemas. Dos escaladores pueden vencer a la más escarpada montaña, le dijo Gilgamesh a su hermano salvaje.
Una cuerda de tres capas no puede cortarse ni deshacerse con facilidad. Incluso el más poderoso de los leones puede ser derrotado por dos cachorros juntos. Enkidu respondió a su hermano haciéndole notar que Humbaba no se parecía en nada a una montaña que hubiera que escalar, ni era alguien a quien pudiera derrotar con una cuerda gruesa, ni era tan débil como un león. No, Humbaba era una fuerza de la naturaleza. Podía igualar a la más violenta de las tormentas, y si no regresaban de inmediato, los masacraría hasta convertirlos en polvo. Enkidu volvió a rogarle a su hermano que tirara sus armas y volviera a Uruk con la cabeza intacta.
La parte que contiene la respuesta de Gilgamesh se ha perdido, el rey hizo oídos sordos a estos ruegos a juzgar por lo que vino a continuación.
Tablilla deteriorada
Humbaba
El encuentro
Humbaba apareció entonces, y era tan poderoso y terrorífico como las leyendas lo retrataban. Divisó a los dos héroes y de inmediato se dirigió a ellos con abierta hostilidad. Tildó a Gilgamesh de bruto y grosero, además de decirle que era un necio aconsejado por un zoquete. En cuanto a Enkidu, fue aún más directo. Dijo que el hombre salvaje era un “engendro de pez”, una “cría de tortuga sin padre” y un vástago que no conocía la dulzura de la leche materna.
Dijo haber observado al gigante cuando aún merodeaba por la naturaleza y se codeaba con los animales, y si no lo devoró entonces era porque no habría sido capaz de saciar su hambre. Riñó a Enkidu por traer a Gilgamesh a su hogar: Humbaba opinaba que Enkidu había vivido en sus dominios muchos meses atrás, no podía actuar como si no conociera las normas de su morada.
La bestia terminó de despotricar prometiendo abrirle la garganta de Gilgamesh por la mitad y derramar su sangre, tras lo cual utilizaría su cadáver para alimentar a los buitres y a otros plumosos carroñeros. Gilgamesh, que momentos atrás había sido un modelo de firmeza, retrocedía ahora asustado ante aquellas palabras. Vio a Humbaba como la imponente bestia que era y se giró hacia Enkidu para expresar el miedo que acababa de descubrir.
Ansiedad y miedo
Gilgamesh le dijo a su amigo que, pese a los esfuerzos que habían hecho para llegar allí y matar a Humbaba, su corazón temblaba y su cuerpo no respondía. Se sentía tan asustado como su hermano lo había estado apenas momentos atrás. Enkidu, que juró proteger a su rey, tuvo que adoptar el papel de consejero y convencer al rey para que retornara a la batalla.
Le preguntó a Gilgamesh, el por qué actuaba de pronto como un cobarde. Observando que su miedo podría contagiarse, Enkidu insistió en que el momento decisivo había llegado, era el tiempo de atacar. Animó al rey a que golpeara con todas sus fuerzas y librara al Bosque de Cedro de su protector. Gilgamesh aceptó en silencio.
Una feroz batalla
Los ataques al suelo que asestaron los tres, así como varias sucesivas cargas entre uno y otro bando, hicieron que la tierra se partiera por la mitad. Tanto el Monte Hermón como el Monte Líbano se agrietaron bajo la furia que los estremecía. Se formó una gigantesca y despreciable nube oscura, y la lluvia cayó con fuerza sobre los tres magníficos seres que se enfrentaban. Tan denso era el chaparrón que casi parecía niebla.
Pero un nuevo participante se uniría pronto a la batalla: Utu (Shamash), el dios sol, cumplió su parte del trato y lanzó los trece poderosos vientos contra Humbaba. La bestia quedó cegada por los vendavales y no pudo cargar hacia adelante ni retroceder. Gilgamesh aprovechó la oportunidad y balanceó su arma contra la bestia, a la cual no consiguió matar, pero sí hizo caer al suelo. Con el arma del rey en su garganta, Humbaba pedía ahora clemencia.
La clemencia de Humbaba
Habló de la juventud del rey, de cómo Gilgamesh descendía de la diosa Ninsun y había logrado allanar las mismas montañas con sus hazañas, hasta el punto de poder derrotar a la poderosa bestia Humbaba en ese mismo momento. La bestia suplicó a Gilgamesh que le perdonara la vida y ofreció ser su vasallo al monarca de Uruk. Humbaba se quedaría en el Bosque de Cedro, donde gobernaría en nombre de Gilgamesh.
Cuando quisiera, El rey podría talar tantos cedros como le diera la gana, puesto que ahora eran propiedad del héroe, y podrían usarse para obtener madera, materiales de construcción o lo que más le placiera al rey de Uruk. Pero Enkidu no estaba dispuesto a escucharle. Apremió a Gilgamesh para que acabara con la bestia y regresara a Uruk como un héroe. Las súplicas de Humbaba, según dijo, no debían tomarse en serio y lo mejor sería ignorarlas.
Humbaba se dirigió entonces a Enkidu. Con tristeza, declaró arrepentirse de no haber matado al nuevo hermano de Gilgamesh cuando aún vivía en la naturaleza, donde no poseía la capacidad de razonamiento de un humano; le comentó que era tan solo una plántula y no un árbol maduro.
Una decisión crucial
Rogó a Enkidu que le perdonara la vida y le dejara marchar, pero este volvió a negarse, y le dijo a Gilgamesh que, si los dioses como Enlil de Nippur o Utu de Larsa se enterasen de que le habían perdonado la vida a Humbaba, los perseguirían durante toda la eternidad. Para que reconsiderara su decisión, Humbaba mencionó su lealtad al rey y su posición en la jerarquía de Uruk, comparando su papel con el de un pastor.
Pero Enkidu se mantuvo firme. Repuso a Gilgamesh el argumento de la venganza de los dioses, y alegó que lo mejor sería acabar con el guardián del Bosque de Cedro y regresar a Uruk convertido en un héroe. Desesperado y furioso, Humbaba maldijo a los dos hermanos y rogó a los dioses que nunca llegaran juntos a la mayoría de edad; que Enkidu muriera primero y que su cuerpo jamás pudiera ser enterrado.
La muerte de Humbaba
Para Enkidu y Gilgamesh, esta maldición fue la gota que colmó el vaso, y devolvieron el insulto de la forma más apropiada en aquella situación. Gilgamesh sacó una de sus armas y atravesó a Humbaba directo a la garganta. Enkidu mencionaría más tarde haber visto las auras de protección restantes, y urgió a Gilgamesh que atacara de nuevo, esta vez con un golpe fatal.
El rey utilizó su hacha para volver a tajar la garganta de Humbaba, lo cual bastó para dar muerte a la bestia. El cuerpo del guardián cayó al suelo y la tierra tembló. El graznido que profirió al morir resonó en las cimas de los montes Hermón y Líbano, al igual que en otras montañas y colinas de la zona. Abrieron a la bestia en canal, le sacaron los intestinos, arrancaron sus cuernos y al final, le cortaron la cabeza.
De regreso a Uruk
Las fuertes lluvias cayeron sobre las tres figuras, mientras las dos que seguían vivas, se disponían a talar algunos de los enormes cedros. Tras cortar un árbol grande, Enkidu le dijo a su hermano que tenía intención de usar ese cedro para construir una puerta enorme. Con un tamaño de seis varas de alto, dos de ancho, con un codo de anchura y elaborado con una única pieza de madera sólida.
Tenía pensado llevarla a Nippur y colocarla en el templo de Enlil, la divinidad que había puesto a Humbaba en el Bosque de Cedro para que lo protegiera. Así, el poderoso dios se maravillaría con su éxito y disfrutaría de un tributo adecuado. Reunieron tantos troncos de cedro como pudieron, construyeron una balsa y colocaron los leños sobre ella, preparándose para regresar a Uruk. Enkidu, tal como había prometido a los ancianos de Uruk, dirigió la balsa en su regreso a la ciudad, mientras Gilgamesh se mantuvo en la parte trasera. La cabeza de Humbaba descansaba en sus manos. Los hermanos habían vencido.