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En este poema vamos a conocer el camino hacia la inmortalidad del rey Gilgamesh. Nuestro protagonista descubrirá un mundo nuevo con personajes muy exóticos. Es una pena que gran parte de la historia esté deteriorada, aun así, deja un mensaje muy claro de lo que quiere el rey de Uruk. Esto es un capítulo más de la tablilla IX de la serie de Gilgamesh.
Tras enterrar a su amigo, Gilgamesh cumplió su palabra y se adentró en la naturaleza. De nuevo, empezó a lamentar la muerte de Enkidu, pero en esta ocasión no solo expresó palabras de duelo. Por primera vez, Gilgamesh puso en manifiesto un miedo casi paranoico a la muerte. Su solución pasaba por buscar al legendario Ziusudra (Utnapishtim o Atrahasis), hijo de Ubartutu (Ubara-Tutu) y uno de los primeros reyes de Sumeria.
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La inmortalidad de Ziusudra
Ziusudra había conseguido obtener la inmortalidad y compartir comida con los mismísimos dioses. Sin embargo, Gilgamesh sabía que este rey era mortal de nacimiento, como todos los demás humanos. Por tanto, debía haber hecho algo para procurarse vida eterna y ganarse el favor de los dioses. El problema era que Ziusudra vivía retirado del resto del mundo, en algún lugar profundo y oscuro al que ni siquiera Utu (Shamash) había recorrido. Así pues, Gilgamesh se embarcó en un largo y arduo viaje.
Cuando se encontró con un desfiladero y empezó a lamentarse, avistó a unos leones y se quedó paralizado. Pero pronto superó su miedo y rezó a Nanna-Sin para que le protegiera. Tras un sueño y una visita nocturna por parte del dios de la luna, Gilgamesh reunió coraje y cogió su arma, dispuesto a atacar. Mató a todos los leones que encontró, descuartizándolos pata por pata.
Después los desolló y utilizó sus pieles como vestimenta, reservando la carne para alimentarse. Sediento, cavó y encontró pozos que la gente normal quizá no hubiera hallado nunca, y bebió de ellos. Utu avistó a su protegido y, desde los cielos, habló al ahora ruinoso y demacrado rey. Le preguntó por qué había decidido vagabundear y trató de decirle que nunca encontraría la vida eterna. Pero Gilgamesh no atendió a razones. Le dijo con claridad a su dios que ya descansaría cuando muriera, pues en el inframundo habría tiempo de sobra para descansar.
Las montañas gemelas de Mashu
Por ahora, quería ver por dónde salía el sol y alcanzar el lugar en el que yacía la oscuridad eterna. Terminó su breve respuesta con el pensamiento de que, de todos modos, los muertos jamás verían un solo rayo de sol. Tras días y días de trayecto, en los que cubrió el terreno que a hombres y mujeres les llevaría meses recorrer, Gilgamesh llegó al fin a las montañas gemelas de Mashu.
Los picos de los enormes montes alcanzaban los mismos cielos, mientras que sus lomas se extendían hasta el inframundo. La única tarea de las montañas era vigilar el sol naciente por la mañana. No obstante, la entrada del camino tenían dos exóticos guardianes. Un enorme hombre y mujer escorpión (aqrabuamelu o girtablilu), montaban guardia. Su aspecto habría bastado para aterrorizar a cualquier persona normal, pero Gilgamesh no era tal cosa.
Un hombre y mujer escorpión
Aunque hay que decir que al principio se quedó paralizado, el rey de Uruk observó a las bestias y tomó nota de sus terroríficas miradas, sus auras de miedo, sus enormes cuerpos que se imponían a las mismas montañas, y superó con rapidez su temor. Después de todo, ya había dado muerte a otras bestias poderosas en el pasado. Cuando el hombre escorpión vio al rey que se acercaba, le dijo a la mujer escorpión que aquel individuo tenía la carne de los dioses.
La mujer escorpión le respondió que aquel hombre era un tercio humano, lo que llevó al hombre escorpión a dirigirse a Gilgamesh y hacerle una serie de preguntas que, dadas las circunstancias, eran bastante razonables. Le preguntó al rey de Uruk cómo había llegado allí, cómo pudo cruzar mares tan peligrosos y si estaba dispuestos a narrarles su viaje.
Gilgamesh, con un discurso directo, aunque con algún que otro matiz tosco, se presentó y explicó que pretendía encontrar a Ziusudra y obtener la inmortalidad. Al hombre escorpión le maravilló que Gilgamesh hubiera logrado llegar hasta ellos, pero le advirtió que el camino que atravesaba las montañas Mashu era muy peligroso, pues la senda yacía bajo eterna oscuridad.
Intuimos, basándonos en las líneas de la tablilla que se han perdido, que otras personas habían intentado entrar en el paso sin éxito. Tampoco sabemos qué respondió exactamente Gilgamesh, pero su respuesta fue tan convincente que el hombre escorpión y su compañera le permitieron pasar.
Tablilla IX deteriorada
El reto de las 12 horas
Pidieron a las montañas que se abrieran para el rey peregrino, y rezaron que le protegieran. El hombre escorpión le advirtió a Gilgamesh que debía llegar al final del camino antes de que pasaran 12 horas, momento en el que el sol lo alcanzaría.
Ocurrieron varias cosas en las primeras siete horas, aunque los daños de las tablillas nos impiden conocer esos detalles. Sin embargo, la oscuridad persistió y el rey no tenía luz alguna que pudiera ayudarlo.
Tablilla IX deteriorada
Apremió el paso al llegar la octava hora, se enfrentó a un frío viento del norte en la novena, percibió lo cerca que estaba de su objetivo en la décima, se dio cuenta de que se le acababa el tiempo en la undécima, y justo después de la doceava hora, corrió a la salida segundos antes de que el sol saliera. El resplandor del sol iluminó el entorno, y Gilgamesh se encontró en lo que podría describirse como el bosque de los dioses. El rey de Uruk lo exploró y se dio cuenta de lo distinto que era de los demás bosques de su mundo.
En el nuevo territorio había un árbol que daba frutos de cornalina. Otro árbol, hecho de lapislázuli, tenía hojas y daba frutos que parecían deliciosos. Había cipreses y cedros, algunos de los cuales mostraban hojas y tallos hechos de un tipo particular de piedra. En otro lugar divisó un mar de coral repleto de gemas preciosas. Algunas de las plantas que vio tenían redomas de piedra en lugar de brezos y espinas. Al tocar un algarrobo, se dio cuenta de que estaba hecho de un tercer tipo de piedra, pero también de ágata y hematita. Pero Gilgamesh no había acudido allí a maravillarse ante materiales valiosos, el rey buscaba a Ziusudra con esmero.
Aunque faltan varias líneas de texto, podemos discernir que al final llegó a su destino, donde se encontró con una mujer muy particular que lo había visto caminar desde lejos.
Tablilla IX deteriorada