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Este texto tiene dos versiones y ambas reciben su título basándonos en sus primeros versos. Difieren en algunos aspectos clave, pero cuentan la misma historia narrada en las tablillas III y IV de la epopeya acadia, es decir: la muerte de Humbaba o «Huwawa» y el botín obtenido en forma de árboles de cedro. La historia comienza cuando Gilgamesh y Enkidu discuten la naturaleza de la mortalidad humana. El poderoso dios-rey le dice a su hermano adoptivo que no quiere morir y ser olvidado como la mayoría de los hombres.
La lucha contra Huwawa
En busca de la inmortalidad
Gilgamesh busca la inmortalidad, y si no puede obtenerla en términos literales, se la ganará en forma de gloria eterna para que las generaciones posteriores le recuerden. Para ello tendrá que talar el bosque de cedros y matar a su guardián, Huwawa. Enkidu observa que Gilgamesh tendrá que hablar con Utu, el dios sol, y pedirle consejo. Tras sacrificar a dos corderos, Gilgamesh se arrodilla ante su dios y le pide ayuda. Utu le concede al rey siete guerreros, cada uno con habilidades distintas: uno tiene pezuñas de león y garras de águila.
Otro tiene el rostro de una cobra, el tercero se parece a una serpiente dragón, el cuarto escupe fuego, el quinto se asemeja a una serpiente con una enorme lengua, el sexto tiene los poderes de una cascada y el séptimo lanza relámpagos. La diosa Nissaba también aporta su ilustración para ayudar al dios-rey. Con sus nuevos hombres, Gilgamesh se dirige hacia Uruk y convoca a todos sus hombres en la plaza central de la ciudad, donde pide que 50 guerreros sin familia inmediata le ayuden a talar cedros y derrotar al poderoso Huwawa.
Las siete auras de Huwawa
50 hombres se prestan voluntarios. Tras pasar por la forja y pedir que le confeccionen varias armas, Gilgamesh se encamina al bosque de los cedros con su ejército. Atraviesan seis cordilleras, y solo en la séptima encuentran los cedros que buscaban. Los guerreros empiezan a talarlos, lo que enfurece a la poderosa bestia Huwawa, que aparece con un rugido. Sus siete auras protectoras están activas, lo que hace que todos se desmayen de terror. Enkidu, el primero en despertarse, riñe a Gilgamesh por quedarse parado y no perseguir a la imponente bestia.
Enkidu se da cuenta de que todos los guerreros se han quedado inconscientes, con lo que solo quedan los dos para enfrentarse a la bestia. Tras invocar a su madre Ninsun y su padre Lugalbanda, el dios-rey decide de inmediato que no se irá a ninguna parte hasta que Huwawa haya caído. Al oír esto, Enkidu le pide a su hermano que le deje regresar a Uruk para informar a Ninsun de la eventual victoria o derrota de Gilgamesh. Pero Gilgamesh le pide que se quede, pues juntos son más fuertes que separados. Enkidu acepta y los dos avanzan.
Las ofrendas para Huwawa
Huwawa ve al guerrero que se aproxima y, con solo hablar y mencionar que Gilgamesh ha venido en vano, el dios-rey se queda paralizado. Huwawa le dice que no tenga miedo: lo que debe hacer es ponerse a cuatro patas y decirle qué quiere. Gilgamesh obedece y procede a dar una serie de ofrendas para conseguir las auras de Huwawa y convertirse en su descendiente. Ofrece a dos de sus hermanas (la mayor de las cuales se llama cómicamente Enmebaragesi, y la más joven, Peshtur), harina y agua, sandalias grandes y pequeñas para los distintos pies de Huwawa, piedras preciosas y dos regalos más que desconocemos debido al daño de la tablilla.
Cada vez que Gilgamesh ofrece algo, Huwawa deja caer una de sus auras, las cuales son recogidas y atadas por los soldados. Huwawa, ahora desprovisto de auras, empieza a retirarse, pero Gilgamesh le persigue y lo golpea con un puño, enfureciéndolo. Su furia, no obstante, resulta ineficaz, pues Gilgamesh logra atar a la bestia con la ayuda de Enkidu. Huwawa suplica por su vida, y al contrario que en la versión acadia estándar de la epopeya, Gilgamesh considera su petición y le dice a Enkidu que Huwawa podría ser su sirviente y vasallo. Enkidu se niega en redondo y observa que, si bien otros quizá regresen tras ser liberados, Huwawa no lo haría dada su situación.
El final
Huwawa se burla de Enkidu por su actitud servil hacia Gilgamesh, lo que lleva al hombre salvaje a enfadarse y golpear a la bestia en el cuello, cercenándole la cabeza. Los dos héroes le presentan la cabeza de la bestia a Enlil y su consorte Ninlil. Enlil se enfurece al saber que Gilgamesh no ha permitido que Huwawa se marche. Aun así, les encuentra un uso a las auras y las divide entre una multitud de zonas y criaturas: los campos, los ríos, los cañaverales, el palacio, y finalmente la diosa Ningal, quedándose él mismo con las auras restantes.
Una diferencia crucial entre las dos versiones del poema es el momento en que Gilgamesh y Enkidu despiertan de los efectos de las auras de Huwawa. Gilgamesh no convence a su hermano para que persiga a la bestia de inmediato. En vez de eso, le pide ayuda a Enki para que le conceda su sabiduría y pueda así derrotar más fácilmente a Huwawa. En cuanto Enki se la concede, se produce el subsiguiente intercambio de auras.