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Perturbado y al borde del llanto, Enkidu le contó su sueño a Gilgamesh. En aquella visión había visto el consejo de los dioses sumerios: Enlil, Enki (Ea), Utu (Shamash) y el poderoso An (Anu) discutían las hazañas de Gilgamesh y Enkidu. Cuando hablaron del éxito que habían tenido al matar a Humbaba (Huwawa) y el Toro del Cielo, An, decidió que uno de los dos debía morir. Enlil pidió que Enkidu muriera y Gilgamesh conservara la vida. Utu lo desaprobó, pues había sido el propio Enki quien decretó que los dos héroes matarían a las bestias.
Lejos de sentirse culpable, Enlil le echó la bronca a Utu por haberlos ayudado en sus combates. Pero todo eso fue de poca importancia para Enkidu, quien empezó a gimotear. El hermano del rey iba a morir. Los mismos dioses lo habían decidido que así sería. Tras llorar y lamentarse por el hecho de que ya no podría acompañar a su querido hermano Gilgamesh, Enkidu se dejó llevar por el delirio. Se puso ante la enorme puerta de cedro que había elaborado en honor a Enlil y habló con ella, como si la puerta pudiera responder. Un drama de la tablilla VII de la serie Gilgamesh.
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La decepción de Enkidu
Con rabia, o más bien con desesperación, describió la magnificencia de dicho objeto, desde el cedro con que estaba construido (con un prodigioso tamaño en comparación a otros enormes troncos del Bosque de Cedro) hasta la maravillosa madera con que la puerta había sido tallada. Recordó cómo había talado el tronco, lijado la puerta y cómo después la había colgado en Nippur. Con los ojos acuosos afirmó que, de haber sabido que construir esa puerta le llevaría al punto en el que estaba (condenado a muerte por decreto divino), la habría desmantelado y usado como balsa para viajar al templo de Utu en la ciudad de Larsa.
No habría colocado esa puerta en Nippur, sino en el santuario de Utu, con un pájaro de trueno y un toro gigante como guardianes de la entrada. Así, habría ofrecido tributo a Utu, quien le había ayudado mucho más que el divino patrón de Nippur, donde había construido la puerta. Enfurecido, cortó la puerta a hachazos y la destrozó. Gilgamesh entendió el dolor de su amigo, y con lágrimas en los ojos, intentó consolarlo. Le preguntó a Enkidu por qué se comportaba de forma tan grosera.
Trató de reinterpretar el sueño de su hermano, afirmando que tales pesadillas solo le ocurrían a mentes fuertes y saludables que pudieran sobrevivir a las duras pruebas de la vida. Y añadió que, si Enkidu llegara a encontrarse en peligro, suplicaría a los dioses. Hablaría con Utu, An, Enlil y Enki para que protegieran su bienestar, y después construiría una estatua dorada cuyo esplendor no tuviera comparación. Enkidu le pidió a su hermano que no malgastara su riqueza. La decisión de Enlil era la ley y, por lo tanto, el destino de Enkidu estaba decidido.
Maldiciendo a los amigos de Enkidu
Cazador
Con una increíble serenidad, afirmó que lo que le esperaba era lo mismo que a todos los humanos, tarde o temprano no había remedio para la muerte. Pero su repentina serenidad se esfumó con rapidez, pues Enkidu procedió a suplicarle a Utu que le perdonara la vida, a lo que siguió una poderosa sarta de blasfemias.
Primero maldijo al joven cazador que lo había encontrado, el que más tarde traería a Shamhat ante él. Le maldijo de una forma muy específica: el pobre cazador nunca sobresaldría en su oficio, nunca ganaría ni ahorraría dinero y jamás cazaría lo suficiente como para poder alimentarse. Terminó deseando que el hogar del cazador permaneciera vacío y hueco, sin un dios patrón que lo habitara.
Shamhat
La siguiente víctima de sus insultos no fue otra sino que su sublime ramera, Shamhat. Esta vez, su maldición fue aún más larga y detallada. Shamhat nunca formaría su propia familia. Su belleza sería superada por mujeres más jóvenes, los borrachos vomitarían sobre ella y mancillarían sus vestiduras. Jamás poseería nada hermoso ni gozaría de una comida decente en su hogar. Dormiría en una cama que apenas serviría como banco, para después acabar en la calle, durmiendo en mitad de un campo vacío y malviviendo a la sombra de la gran muralla.
Los arbustos y las rocas dañarían su piel. Tanto los borrachos como los sobrios le pegarían con violencia, tendría una casa cuyo techo se derrumbaría en mitad de la noche; los búhos cantarían junto a su lecho sin descanso y en su mesa jamás habría comida. Además, Shamhat era la responsable de haberse llevado su inocencia salvaje, pues se había acostado con él y lo había llevado al mundo de los hombres civilizados. Según el enfurecido Enkidu, Shamhat lo había vuelto débil.
Un futuro sin Enkidu
Utu, como es natural, prestaba mucha atención al discurso de la bestia. Respondió al antiguo hombre salvaje, preguntándole en primer lugar por qué la maldecía tanto. Le recordó a Enkidu que ella le había dado pan y cerveza, vestido como un rey y presentado a su hermano Gilgamesh. Después le dijo a Enkidu lo que el rey de Uruk haría por él. Gilgamesh prepararía una espectacular cama funeraria para que el gigantesco salvaje descansara sobre ella, mientras su hermano yacía a su derecha.
Los reyes y gobernantes del inframundo besarían los pies del antiguo hombre salvaje. El pueblo de Uruk lloraría su muerte, y no solo la gente corriente, sino también los ricos y nobles. A continuación, Utu mencionó cómo el rey de Uruk se comportaría cuando Enkidu abandonara el mundo de los vivos. Gilgamesh se dejaría el cabello sucio y despeinado, vestiría con la piel de un león y merodearía por la naturaleza en busca de la vida eterna, llorando sin cesar la pérdida de su hermano. La muerte de Enkidu sería inevitable, por lo que había que mentalizar a la bestia.
Enkidu bendice a Shamhat
Al oír esto, la furia de Enkidu menguó un poco. Volvió a pronunciar el nombre de Shamhat y convirtió su maldición en una bendición. Shamhat seduciría a nobles y ricos que la vieran desde dos millas de distancia. Recibiría una abundancia de regalos hechos con oro, plata, joyas y lapislázuli para recompensar su talento y su belleza. Con el tiempo, sería una maravillosa esposa para un hombre de renombre, gracias a la bendición de Inanna (Ishtar). De hecho, ese hombre le daría siete hijos que permanecerían por siempre al lado de Shamhat.
Pájaro de trueno
Enkidu volvió a quedarse dormido, lo cual solo condujo a una pesadilla aún peor. Se la contó a su hermano: la tierra y los cielos vibraban debido a una colosal tormenta. Vio a un hombre que se parecía a un pájaro de trueno, con pezuñas de león y garras de águila. El hombre luchaba contra Enkidu, superándole con facilidad. Cada vez que Enkidu contraatacaba, sus puñetazos rebotaban sin producir ningún efecto. Entonces, el antiguo hombre salvaje se transformaba en una paloma y el hombre lo vencía con aún menos esfuerzo.
El inframundo
El desconocido ataba las alas de Enkidu transformado en Paloma y lo llevaba al Abgal (Irkalla), el inframundo; un lugar, según dijo Enkidu, ningún hombre regresaba jamás. Acababa en una casa en la que nunca entraba la luz y donde todos comían arcilla y barro; sus habitantes llevaban plumas en lugar de ropa y vivían en perpetua oscuridad. Después, Enkidu entraba en una Casa de Polvo, llamada así por las muchas capas de polvo que la envolvían tanto en el exterior como en el interior.
An y Enlil se sentaron en una mesa y, para gran sorpresa de Enkidu, todos los antiguos reyes, nobles, sacerdotes y hombres célebres servían de camareros. Junto a An y Enlil había otras divinidades sentadas: se trataba de Etana, Shakkan y la poderosa Ereshkigal, la diosa que reinaba en el inframundo, a la cual acompañaba Belet-seri, su escriba, quien le leía varias cosas de una tablilla.
La tablilla original en la que Enkidu describe el inframundo le falta un gran fragmento, pero sabemos que Ereshkigal divisó al hombre salvaje y preguntó, sorprendida, quién había enviado a aquel pobre hombre a su reino.
Tablilla VII deteriorada
El final del hombre salvaje: la muerte de Enkidu
Al escuchar su sueño, Gilgamesh aceptó el destino, la muerte de Enkidu está cerca. A partir de ese evento, Enkidu fue a peor. Su cuerpo se debilitó y sucumbió con lentitud a la enfermedad. Enkidu se debatió entre la vida y la muerte durante doce días. Al décimo día llamó a su hermano.
Cuando Gilgamesh acudió, Enkidu le dijo lo mucho que temía a la muerte, sobre todo a una muerte tan cobarde como aquella. Quería morir en batalla, luchando junto a su hermano adoptivo, el rey. Pero su destino le había postrado en la cama, y al contrario que a Gilgamesh, Enkidu moriría como lo hacen los débiles.
Por supuesto, dijo muchas más cosas, pero las treinta líneas que componen su discurso se perdieron hace tiempo.
Tablilla VII deteriorada
No obstante, el desenlace queda bastante claro: la muerte de Enkidu es inevitable, el hombre salvaje fallece, apagándose como una vela poco a poco, es de esta forma como acaba la Tablilla VII.